- Fernando Uribe Jácome me presentó a El Santo
- Era la última película del héroe
- Fue en el Edificio de Productores Cinematográficos
A la memoria de mi maestro Fernando y de El Santo
Fernando Uribe Jácome, productor y guionista de varias de las películas de El Santo (Santo en la frontera del terror, 1981; Chanoc y el hijo del Santo contra los vampiros asesinos, 1983, entre otras) fue uno de mis mejores maestros de cine y lo considero así porque, por supuesto, tenía los mayores argumentos para enseñarme lo que no debiera hacer como cineasta, aunque aseguraba que algún día El Santo y la lucha libre van a ser reconocidos como fundamento del surrealismo mexicano.
En la década de los 1980, las películas del famoso luchador mexicano ya eran consideradas joyas en Francia y en Japón, mientras que en México superaban un millón de boletos vendidos por cada título. Esto era más que suficiente para que Fernando se sintiera cuando menos satisfecho de hacer películas que, si bien no eran tomadas en cuenta para ser nominadas para El Ariel, sí le daban para pagar la renta de su departamento de la avenida Amores, donde nos reuníamos varios de sus alumnos a chelear y a escuchas sus andanzas en el cine, que, por supuesto para quienes nos queríamos iniciar en esa carrera, eran extraordinarias.
Un día nos encontramos por ahí y me invitó a una función privada de la película Chanoc y el hijo del Santo contra los vampiros asesinos. Se exhibiría en el Edificio de Productores Cinematográficos (Div. del Norte, esq. Río Churubusco – Frente a la Aberca Olímpica). Estarían los directivos de la película y ¡El Santo!, el mismísimo ENMASCARADO DE PLATA.
Había muchas razones para aceptar y agradecer aquella deferencia de mi maestro. Entre otras estaban la de entrar como invitado a uno de los edificios icónicos de la industria fílmica de este país, donde los más importantes productores de películas tienen sus oficinas (Gonzalo Elvira, Fernando de la Parra, Rodolfo De Anda, etc.), conocer a los directivos de una película, ver antes que nadie el filme, donde, por cierto, actuó El Santo por última vez en cine, y conocer en persona al famoso luchador… Bueno, hasta de corbata fui.

Debe de haber sido a principios de 1983. Era una pequeña sala de cine, que ahora conozco muy bien, porque ya formo parte de este sector (¡wooorales!) y voy de manera frecuente a juntas y reuniones en las que me codeo con los descendientes de quienes produjeron las películas que vi en mi infancia (Que bonito se siente escribir esto).
Y estaba El Santo, con su máscara plateada, con traje claro y corbata a rayas. ¡Ahí estaba! Nos saludó a todos con fuerte apretón de manos y se fue a sentar con el director de la película, Rafael Perez Grovas, y mi maestro.
La película comienza cuando El Santo, dentro de una cueva, en una ceremonia con humo y música de emoción, cede sus poderes, con máscara, capa y todo lo demás, a su hijo (El hijo del Santo). De lo demás no me acuerdo, pero al finalizar la película, mi maestro Alfredo Uribe, me presenta como uno de sus mejores alumnos de cine a El Santo, al verdadero Santo, al papá del hijo del Santo, al personaje de las luchas, al héroe de las películas, al legendario personaje mexicano cuya figura fue reproducida en miles y miles de muñequitos de plástico, con rebaba en los lados, con los que miles y miles de niños armaron miles y miles de historias que ni el mismísimo y verdadero Santo podía imaginar. Puuuuuffffff…
¡Y eso no sería todo!

El Santo me preguntó si me había gustado la película y le tuve que decir que sí, que por supuesto. Conversamos de la importancia de hacer cine, de la influencia que la actividad tenía en la sociedad y no sé de qué más. Se acercó un fotógrafo que nos pidió que posáramos para él y, ¡Click!, aquí seguimos para la posteridad.
Para terminar la charla, El Santo me platicó que estaba por iniciar un espectáculo de escapismo en el Teatro Blanquita, que le gustaría invitarme. Le dí mi teléfono al que un día me llamó como lo prometió, cosa que no me sorprendió tanto porque era de esperarse que un héroe de verdad cumpliera sus compromisos. Quedé de ir a verlo en el teatro durante los primeros días de febrero de 1984. Me pidió que fuera a la segunda función de un sábado para luego irnos a cenar. En eso quedamos, pero el día 5 de ese mes le dió el infarto que le reconfirmó su inmortalidad.