Cinema

HÉCTOR BONILLA, mi amigo inolvidable

Oct 24, 2025

Una de las utilidades (?) que te recuerdan las fotografías y las selfies (que casi es lo mismo) me sorprendió con una foto de hace cinco años donde aparecemos los amigos que algunos fines de semana fuimos a los conciertos que organizaba el Gobierno de la CDMX en edificios coloniales del centro histérico, con sobresalientes sinfónicas y orquestas, los más destacados músicos concertistas del país, cantantes de ópera, violinistas, pianistas y otros virtuosos de la música.

En la foto que Google me mandó en esta ocasión, aparecemos los actores Héctor Bonilla, Patricio Castillo y Haunani, su esposa; el productor de cine, César Hill, y yo, que en un domingo de un octubre fuimos a escuchar a Claudio Herrera, gran pianista duranguense o durangueño (que es lo mismo), quien esa ocasión interpretó a Tchaikovsky o Chaikovski (que es lo mismo); lo recuerdo porque en el programa estuvo el Primer Concierto para Piano, una de mis favoritas del músico ruso, que, por cierto, el maestro Herrera interpreta de manera magistral, así que por ahí empezó para mi aquel domingo que al avanzar se fue cargando de cosas inolvidables.

Héctor, Patricio Castillo, César Hill, Haunani y yo, el día del concierto de Claudio Herrera en el centro histórico de la CDMX.

Lo inolvidable, por supuesto, es lo que permanece en la memoria pese al paso del tiempo, pero debe ser un hecho que por extraordinario se grabe en la memoria para siempre, así que aquel Primer Concierto para Piano, de Tchaikovsky o Chaikovski, por Claudio Herrera, no lo olvidaré jamás y sobre todo por lo que vino después.

Luego del concierto memorable y de felicitar al pianista, los de la foto nos salimos a caminar y mientras cruzábamos la Plaza de la Constitución o Zócalo (que es lo mismo aunque no lo sea), Héctor Bonilla, sin mayor introducción, a boca de jarro, así de pronto (que es lo mismo), me dijo: “Tengo cáncer”.

A Héctor lo conocí por ahí de 1977, cuando yo era editor de una revista y lo invité a escribir en ella. En la medida que me entregaba sus textos y los comentábamos nos fuimos haciendo amigos. Un día me contó que iría a Durango a filmar una película (Bloody Marlene, Dir. Alberto Mariscal, 1979) y como se trataba de mi tierra natal y además entre los protagonistas también estaba Julián Bravo (Juliancito), que también era y es gran amigo mío, pues me apunté en el viaje para el rodaje de la película y allá fuimos. La pasamos muy bien, tan bien que la Navidad nos sorprendió en Durango. Fue una ocasión memorable porque además de brindar, reír, cantar y comer como se come en Durango y más en Navidad, pues nos hicimos más amigos.

Héctor nos contaba de sus novias (tenía una que le decía Cochopitos) y Julián hablaba de sus desmañanadas diarias porque además de ser un actor que no paraba de filmar (30 películas, aproximadamente, entre 1963 y 1980), entregaba las tortillas de muchos restaurantes de la CDMX, entre los que estaban Vips, Dennys y Samborns, actividad que lo llevo a ser el empresario exitoso que actualmente es.

Héctor Bonilla, actor de cerca de 35 películas, telenovelas, obras de teatro, productor y director, tenía un gran sentido del humor y una vitalidad increíble que lo hacía parecer de menor edad. A sus 80 años seguía haciendo películas, planeando teatro con su esposa Sofía Álvarez… Era incansable.

Además de haber sido buen actor, era una persona comprometida con la defensa de los derechos ciudadanos, tanto que fue productor de la película Rojo amanecer (Dir. Jorge Fons, 1989), en la que se señala al gobierno como responsable de la matanza de Tlaltelolco en 1968, filme que por supuesto desafió a la censura oficial, aunque finalmente pudo ser exhibida, primero con algunos cortes sugeridos por el mismo gobierno, y posteriormente en su versión completa. Participó en movimientos sociales y culturales, promovió los derechos de su gremio de actores y formó parte de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, entre múltiples actividades de carácter social.

En 2018, su esposa, otros amigos y yo, fuimos de nuevo a Durango, recorrimos los sets donde se había filmado «Bloody Marlene», disfrutamos la exquisita comida de por allá y, como siempre, la pasamos muy bien. Posteriormente, nos volvimos a reunir para comer, para charlar, para brindar y hacer planes. Sus lugares favoritos en la CDMX estaban en el centro histérico o histórico (es lo mismo), así que por ahí nos encontrábamos para sacarle ventaja a la vida, porque, sin duda, Héctor estaba asustado con el cáncer que le detectaron por ahí del 2020 y del que me había enterado aquel domingo de Tchaikovsky o Chaikovski en pleno Zócalo o Plaza de la República.

El 25 de noviembre de 2022 (hace tres), a sus 83 años, sin ganas de morirse, se quedó para siempre en las películas y en nuestra memoria. Por eso y por mucho más le dedico este recuerdo a mi amigo Bonilla.

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